"La guerra, la guerra no cambia nunca..." Así es como empieza una de las sagas más conocidas de los videojuegos: Fallout. La premisa de estos juegos es la de ponerse en la piel de un sobreviviente de un holocausto nuclear gracias a unos refugios subterráneos, y en dónde tarde o temprano nos tocará salir de nuestro confort para enfrentarnos a lo que hay ahí fuera.
Aunque las dos primeras entregas guardan un lugar en la memoria colectiva de los jugadores por sus mecánicas innovadoras, su atmósfera acongojante y la posibilidad de aliarse con facciones con sus respectivos pros y contras, Fallout 3 fue el primero en mostrar un mapeado extenso y en tres dimensiones, lleno de lugares que explorar y detalles por descubrir. Ese es el aliciente que me ha llevado a capturar algunas zonas de las que se compone el mapeado, como pueden ser: un parque de recreo para niños, una fábrica de automóviles, una red de estaciones de metro abandonada, etc.
Me sorprende el nivel de detalle que exhibe para la época (el juego se publicó en 2008), intentando mostrar casi en todo momento el deterioro causado por la guerra nuclear y su posterior transformación, la soledad que se siente al recorrer Washington D.C., el nordeste de Virginia y parte de Maryland a pie y sin la posibilidad de hacerlo en coche o moto, a expensas de encontrarte con una banda de salvajes que ha decidido poner fin a tu vida. Claro que también puedes toparte con el último bastión sensato de la humanidad, o un asentamiento de renegados que pretende establecer su propio orden.
Es una gozada visitar lugares abandonados y ver como se extiende el caos a su alrededor, las calles sucias, vehículos dejados en medio de la carretera, cristales rotos y edificios con pintadas en la pared, por no hablar de personajes de lo más pintoresco.
Sin duda Fallout 3 ha conseguido que quiera calzarme las botas, prepararme el equipo de supervivencia y salir al exterior en busca de parajes emblemáticos para poder captarlos en toda su decadencia.